Chapter 16
Chapter 16
(Les dejo antes un mensajito por aquí para que puedan leerlo. Estoy lenta con las actualizaciones pues llevo casi un mes enferma, entre fiebres, temblores, decaimiento y mucho dolor muscular, mucha tos que me deja afónica por días, que muchas veces no me puedo ni levantar de la cama. Haré todo mi esfuerzo para actualizar lo más seguido posible, casi diario, siempre que mi cuerpo me lo permita. Disculpen las tardanzas, yo también estoy emocionada con esta historia. Espero comprendan)
Clara se despertó lentamente. Se encontraba confundida, mareada, con un sabor metálico en la boca. Estaba acostada sobre una superficie suave más no familiar. Apenas había luz en donde estaba y le resultó casi imposible enfocar algo, si es que podía. NôvelDrama.Org exclusive content.
Hizo el esfuerzo de levantarse de la cama para que llegara a ella el sonido el metal, uno que para ella no era desconocido y se estremeció.
Se sentó y estiró la mano para encontrar que un grueso grillete estaba alrededor de su tobillo y unido a este una cadena grande que de seguro no la dejaria escapar. A diferencia de otras veces no soltó un sollozo ni se vio afectada. No seria la primera vez que se encontrara en una situación así.
Lo que más le preocupaba era cómo es que había llegado ahí. El recuerdo de lo antes ocurrido pasó por su mente y pudo jurar que todo había sido un sueño, pero por el olor de su cuerpo, nada más lejos de la realidad. Aparte de su aroma natural había dos fragancias fuertes que más que luchar entre ellas se complementaban haciéndose una sola bien fuerte y dominante, que la reclamaba como suya. Eso la hizo temblar ante la incertidumbre y al recordar que esos lobos que la habían marcado no habían sido nada buenos con ella. Le habían hecho daño, la habían amarrado y después mordido, como si ella fuera un objeto. Pegó su espalda a la pared llevando sus piernas a su pecho y las apretó fuerte. En serio la Diosa Luna le había enviado a esos dos mate. Dos que no la querían. Esta vez sus ojos se llenaron de lágrimas.
«No llores, demonios» otra vez la voz en su cabeza y su conciencia amenazó con esfumarse como siempre ocurría cuando estaba en una situación similar. Incluso dolió, como queriendo desplazarla a un lado donde estuviera a salvo.
Siempre era así. No sería la primera vez que tuviese esa sensación.
Clara sacudió la cabeza. No, no esta vez. No le gustaba estar a la deriva sin saber que ocurría con ella y que después despertara en un lugar que no conocía. Sabía que gracias a eso se ahorraba casi todo el sufrimiento, pero la incertidumbre era letal.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta abriéndose. Ella se estremeció y se refugió más en el borde de la cama, aunque el olor que llegó a ella no era el de ninguno de sus dos inates,
-Tranquila. Estás a salvo – la voz de Will no la tranquilizó.
El beta se acercó y dejó una bandeja de comida sobre la mesa. Luego se acercó a la ventaba y la abrió ligeramente iluminando la estancia de forma tenue. Y para sorpresa de Clara pudo definir algunas cosas, como nunca antes, inas no lo dijo. En ese momento no confiaba en nadie. No
sabía lo que le podría ocurrir. -Esta en una habitación dentro de la casa del alfa en la segunda planta. Es pequeña pero impedirá que salgas huyendo de nuevo- explicó Will acercándose nuevamente a ella- Tuve que amarrarte por órdenes del alfa. Tanto por tu seguridad como la de ellos dos. Clara no quería saber eso. Ella quería salir de allí. -¿Ahora soy una prisionera?- no pudo evitar preguntar. Will apretó los labios.
-Solo por el momento en que se decida el destino del alfa de la manada y tu posición al lado de ellos. Haces que pierdan el control y se vuelvan bestias.
-Entonces yo soy la culpable- pequeñas lágrimas comenzaban a arremolinarse en sus ojos. El beta mantuvo silencio durante unos segundos. -Esta es una situación complicada y completamente desconocida por todos nosotros. Una loba con dos mates, dos alfas, la manada es un caos ahora mismo. Por ahora es mejor que te quedes aquí tranquila.
A Clara no le quedó de otra que asentir con la cabeza y enterrar su rostro entre sus piernas y otra vez volvía a ratificar que esperar a su compañero, en ese caso dos, no la salvaría de su dolor. Sería una nueva prisión.
Cuando la puerta se cerró miró la comida y la pateó con el pie dejando que las lágrimas corrieran por su rostro. Odiaba aquello. Lo detestaba.